De aquí a allá y de allá a acá: 1
Era un día martes, aunque eso no es realmente lo importante.
Era un día soleado y con pocas nubes; no, no,no... eso tampoco tiene relevancia.
Mi historia empieza con sus labios que se abrieron para decirme.
-Me va a doler más a mi que a ti.
A lo que respondí rápidamente.
-No, Elisa, yo sé que me dolerá más a mi, así que vallamos a lo importante.
Ella me miró con unos ojos tristes, soltó mi mano, bajó la cabeza y me dijo.
-John... adiós.
Y ese es el inicio de mi historia, la triste historia de Jonás Márquez.
Elisabeth Montes era el nombre de ella, el amor de mi vida, la persona que estuvo a mi lado por más de tres años, la persona más cercana que no conocí completamente hasta la segunda carrera.
En la primera licenciatura, de música, ella estudiaba piano y yo saxofón, pero igual la veía en las clases teóricas. Ella se sentaba atrás de mi, y aún así, nunca hablamos realmente.
Todo sucedió en la segunda carrera, idiomas. Estábamos en la biblioteca y ella trataba de alcanzar un libro que estaba muy arriba en el estante de poesía; yo llegué, tomé ese libro y me lo lleve, debido a que también lo necesitaba, entonces ella me siguió y se sentó frente a mi mientras leía.
Hasta ese entonces no me había percatado de la belleza que guardaban sus ojos detrás de sus anteojos redondos y esa coleta que solía atar poniendo una pulsera elástico son sus manos delgadas. Era la belleza pura frente a mi, y nunca me había dado cuenta.
Así que escribí con tinta roja una nota que decía -Coffee Park, 7:30 pm, seré el chico de negro- y la dejé en medio de la página que debíamos leer para nuestra tarea.
Cerré el libro y lo dejé sobre la mesa sugestivamente ladeado hacia ella, después me fui sin mirarla, me escondí detrás de un librero y me aseguré de que abriera ese libro.
Ese día nos conocimos realmente, la noche más larga y la más hermosa. Después de esa noche, nada nos podía separar... hasta ese martes.
Ella se dio media vuelta y se fue dejándome completamente solo, yo tomé su muñeca para detenerla un instante y decirle -No te vallas, eres lo único que me queda en este mundo-, ella se dio vuelta, miró al suelo y me dijo cn triseza -lo siento- y se fue definitivamente.
Realmente ella era lo único que tenía, mi madre murió cuando nací, mi padre huyó meses después y todos mis compañeros siguieron estudiando en otros lugares.
Por un momento pensé en terminar mi triste existencia en un mundo al que no pertenecía, un mundo al que no hacía falta, pero era demasiado cobarde para tirarme de ese puente que me daba tanta tentación.
No me quedaba nada aquí, no tenía a donde ir, ni con quien estar... no aquí.
Luego vino a mi mente la revelación de todos los tiempos: No soy nadie, ¿por qué no ir de aquí a allá?, nadie me echará de menos si me voy y nadie se molestará en hacerme quedar.
Entonces me levanté de la banca en que estaba sentado y me fui a casa; vendí lo que no podía llevar por el mundo conmigo -el dinero no lo es todo, pero no puedes comprar un boleto de avión con una sonrisa- y después de unos meses de ventas hice una maleta y salí por la puerta de mi casa en busca de... de algo que me mantuviera vivo.
Era un día soleado y con pocas nubes; no, no,no... eso tampoco tiene relevancia.
Mi historia empieza con sus labios que se abrieron para decirme.
-Me va a doler más a mi que a ti.
A lo que respondí rápidamente.
-No, Elisa, yo sé que me dolerá más a mi, así que vallamos a lo importante.
Ella me miró con unos ojos tristes, soltó mi mano, bajó la cabeza y me dijo.
-John... adiós.
Y ese es el inicio de mi historia, la triste historia de Jonás Márquez.
Elisabeth Montes era el nombre de ella, el amor de mi vida, la persona que estuvo a mi lado por más de tres años, la persona más cercana que no conocí completamente hasta la segunda carrera.
En la primera licenciatura, de música, ella estudiaba piano y yo saxofón, pero igual la veía en las clases teóricas. Ella se sentaba atrás de mi, y aún así, nunca hablamos realmente.
Todo sucedió en la segunda carrera, idiomas. Estábamos en la biblioteca y ella trataba de alcanzar un libro que estaba muy arriba en el estante de poesía; yo llegué, tomé ese libro y me lo lleve, debido a que también lo necesitaba, entonces ella me siguió y se sentó frente a mi mientras leía.
Hasta ese entonces no me había percatado de la belleza que guardaban sus ojos detrás de sus anteojos redondos y esa coleta que solía atar poniendo una pulsera elástico son sus manos delgadas. Era la belleza pura frente a mi, y nunca me había dado cuenta.
Así que escribí con tinta roja una nota que decía -Coffee Park, 7:30 pm, seré el chico de negro- y la dejé en medio de la página que debíamos leer para nuestra tarea.
Cerré el libro y lo dejé sobre la mesa sugestivamente ladeado hacia ella, después me fui sin mirarla, me escondí detrás de un librero y me aseguré de que abriera ese libro.
Ese día nos conocimos realmente, la noche más larga y la más hermosa. Después de esa noche, nada nos podía separar... hasta ese martes.
Ella se dio media vuelta y se fue dejándome completamente solo, yo tomé su muñeca para detenerla un instante y decirle -No te vallas, eres lo único que me queda en este mundo-, ella se dio vuelta, miró al suelo y me dijo cn triseza -lo siento- y se fue definitivamente.
Realmente ella era lo único que tenía, mi madre murió cuando nací, mi padre huyó meses después y todos mis compañeros siguieron estudiando en otros lugares.
Por un momento pensé en terminar mi triste existencia en un mundo al que no pertenecía, un mundo al que no hacía falta, pero era demasiado cobarde para tirarme de ese puente que me daba tanta tentación.
No me quedaba nada aquí, no tenía a donde ir, ni con quien estar... no aquí.
Luego vino a mi mente la revelación de todos los tiempos: No soy nadie, ¿por qué no ir de aquí a allá?, nadie me echará de menos si me voy y nadie se molestará en hacerme quedar.
Entonces me levanté de la banca en que estaba sentado y me fui a casa; vendí lo que no podía llevar por el mundo conmigo -el dinero no lo es todo, pero no puedes comprar un boleto de avión con una sonrisa- y después de unos meses de ventas hice una maleta y salí por la puerta de mi casa en busca de... de algo que me mantuviera vivo.
-Che, ¿Le sirvo otra copa?- |
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