La pluie: 8

La noche es larga y misteriosa. Lo que sucede en ella es raro y desconocido.

Te despertaste en la noche a causa del frío. El fogón estaba apagado y el ambiente muy silencioso... demasiado silencioso.

Te levantaste y caminaste hacia adentro de la casa; quizás para encontrar a Gabrielle y decirle del fogón, o quizás para asegurarte de que todo estuviese bien.

Buscaste su alcoba en el único piso que había y abriste la puerta lenta y silenciosamente.
Estaba ella de pié hablando de frente con el espejo.
-Ha llegado hoy, como has dicho, más no ha querido dormir conmigo como prometiste. Tus predicciones no han sido certeras, así que deberás recibir un castigo-

La voz de una anciana salió del espejo y contestó -El día no ha terminado aún, quedan 5 horas-.
Gabrielle la interrumpió y dijo -Dijiste que él me entraría por esa puerta- señaló la puerta que había entreabierto- dispuesto a dormir en mi cama-.
La voz de la anciana se rió y dijo -Voltea-.

Un viento que llego desde atrás de ti abrió la puerta al momento en que ella volteó. Entraste y dijiste -Hace frío abajo-.

Ella se sonrojó poco a poco y luego de golpe, se cubrió la cara con las manos y se metió a las cobijas de su cama.
Te acercaste a su lecho y te recostaste a un lado de ella... afuera de las cobijas, claro.

A la mañana siguiente te despertó su ausencia y el contundente ruido de su silencio.

Ella estaba de pie junto mirando por la ventana, intentaste ponerte de pie para preguntarle qué sucedía, pero ella te detuvo y te dijo que guardaras silencio.
De buenas a primeras se alejó de la ventana y salió del cuarto. El silencio te dejaba escuchar perfectamente hasta el ruido de sus cabellos golpeándose entre sí.

Un hombre entró a su casa y le dijo -Buenos días, hija. ¿Puede tu padre desayunar contigo esta mañana?-.

Siempre hubiste escuchado el dicho que decía que el mundo era pequeño, pero creíste que eso sólo sucedía en tu mundo, en tu país o incluso en tu ciudad, pero sin pensarlo terminaste en la casa de la hija de Vladimir, quien te había apresado con intenciones de matarte.

Era gracioso como una persona tan cruel y anciana pudiera tener una hija tan hermosa.

Esperaste en silencio, mas no podías estar quieto, así que pasaste lentamente de estar acostado en la cama a tener la cabeza en el suelo y luego recostado completamente en el mismo. Era realmente aburrido esperar.

Mas de repente volteaste tu cabeza a la izquierda y encontraste un pequeño anillo bajo la cama, un anillo que parecía llevar ahí al menos un año, un anillo cuyo brillo era opacado por una gran capa de polvo.
Lo tomaste, lo cual no sabías si era la mejor idea, mas lo hiciste de todas formas.

Era un anillo precioso, y tenía una marca en una pequeña placa, era algo así como una luna.

Habías visto ese símbolo antes, mas no recordabas donde.

Gabrielle entró por la puerta y te miró con el anillo entre las manos. Te habías perdido en la bella sencillez del anillo que el ruidoso silencio se volvió un silencioso silencio.

-Mi padre ha puesto tu cara en un anuncio. Te quieren muerto. No quiero que eso pase. Te he buscado por tanto tiempo, y ahora que te he encontrado no te dejaré ir- dijo Gabrielle con una cara triste.

-Creo que hay cosas que no entiendo. ¿Me has buscado?¿Hablabas con un espejo anoche?¿Por qué no vives con tu padre, si yo fui traído aquí y tu padre también, ¿Cómo es que tu eres su hija, si en esta tierra no hay personas?- le dijiste mientras dejabas el anillo en su lugar.

-Puedes usarlo, te dará protección- te dijo ella haciendo referencia al anillo -y sobre lo demás, es una larga historia, una historia que te contaré después del desayuno mientras me ayudas con las hortalizas- continuó con una tímida y preocupada sonrisa.

Erich Rosenbaum, soldado alemán.

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