La pluie: 7

-Lo siento, pero ya no hay espacio en esta casa- te dijo el mancebo de la decimosegunda casa en que pediste asilo.
Habían pasado tres días y medio desde que el maldito DEDI te había dicho que buscaras una casa y aprendieras un poco de ese mundo. Él volvería a aparecer en el momento adecuado para decirte que era la hora de salvar al mundo.

Pero estabas seguro de que cuando lo volvieras a ver lo maldecirías por dejarte vagando en los alrededores de una ciudad que no conocías, donde las casas estaban alejadas entre sí por aproximadamente cinco kilómetros. Una tremenda putada.

Y así llegaste a la casa número trece, una pequeña construcción de piedra café y madera con un pequeño jardín de un tipo de flores que parecían rosas.
No sabías si tocar y escuchar lo mismo que en todas las casas, o mantener la fe y esperar lo mejor. Ya no sabías, incluso, si era eso una hermosa pesadilla, o una suerte de muerte.
Mientras pensabas en tocar o no tocar la puerta, sólo estabas ahí de pie frente al alféizar de la puerta mirando hacia ningún lugar, cuando de repente la puerta fue abierta.

-¿Le puedo ayudar en algo? ¡Pase!, hace frío afuera y no tarda en caer la noche.- dijo una señorita de rasgos finos. Ella tenía cabello de seda y unos ojos brillantes y claros, que eran acompañados de unas tímidas pecas que atravesaban una delicada y fina, pero notoria, nariz. Y su precioso rostro terminaba en un delicado y discreto mentón coronado con una pequeña y suave sonrisa. Una verdadera obra de arte.

Pasaste sin decir palabra alguna y le explicaste que no tenías casa, a lo que ella se anticipó a ofrecer su casa con una única condición: Tomar un baño.

Si bien era cierto que el aire de ese lugar no estaba contaminado, no habías tenido una ducha desde que llegaste a ese mundo. La batalla con los hombres de cristal, el calabozo, la montaña, el camino hacia el volcán, el ataque de los animales salvajes, el azufre del volcán -o algo parecido al azufre- y todo el polvo, suciedad y sudor acumulado en los días de posada; sin contar que antes de llegar las señoritas francesas te tiraron del tren.

Así que con gusto aceptaste el baño, y mientras lo tomabas había dos preguntas que rondaban tu mente: ¿Quién era ella? y ¿Por qué te había aceptado tan fácilmente?. Terminaste de bañarte y te sorprendiste al no encontrar tu ropa. Era vergonzoso hasta cierto punto el estar desnudo en una casa desconocida donde vivía una atractiva chica sola -o pensabas que vivía sola, ya que no había nadie más- y haber perdido la ropa.

-¿Ya has terminado?- escuchaste detrás de la puerta -Me he llevado tu ropa para limpiarla, mientras fui al mercado y conseguí estas ropas, espero que te queden y acomoden. Voy a pasar.- abrió la puerta y dejó la ropa a un lado de la tina. Estabas muy avergonzado de que una muchacha tan bonita te viera desnudo e indefenso.

-Perdón por no haberme presentado antes. Soy Gabrielle, hija de Ivanov.- te dijo antes de cerrar la puerta e irse.

¡Pero que chica más rara!, te confundía de la misma manera que te fascinaba. Terminando de cambiarte -la ropa te quedaba como anillo el dedo, y se te veía muy bien- le preguntaste donde podrías dormir, a lo que ella respondió que sólo había un cuarto (el suyo) y que si querías, podías dormir donde ella.
Dormiste en la cocina junto al fogón, que ella prendió para tu comodidad.

Estabas tan tranquilo que dormiste al instante.

Gabrielle, hija de Ivanov, llena de misterio y algo más...

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