Ka(t)rina

Antes de cometer otro pecado, hay que redimirse del anterior.

Así comenzaba el primer capítulo de ese libro que, era seguro, no volvería a abrir.

Todo libro que leía (o intentaba leer) me llevaba a ella, bella mujer con boa de plumas, que me buscaba incesantemente desde aquel día.

Fue un día lindo. Hacía frío, pero el sol brillaba equilibrando el ambiente lleno de plcer que imperaba en aquel parque.

No era algo realmente malo, sino que era una vieja costumbre de morderle los pezones como los labios, así como acariciar su cabello y su rostro.

Era una dulce y depravada costumbre que nunca había tenido un fin verdadero y, por lo tanto, podría resurgir en cualquier momento.
Ayer, por ejemplo.

No fue realmente una falta. No debería buscarme ella ahora, cuando fue ella la que tantas veces me dejó buscándola.

Y sin embargo, la veo ahora, incluso, donde no debería verla.

No importa donde valla o cuanto tiempo me esconda, siempre veo al despertar sus ojos, que siempre me encantaron, mirándome con rabia, con esa rabia que hace temblar la tierra y llorar al cielo... llorar sangre.

Pero ya no importa. Hoy por la noche la volví a ver y, estoy seguro, fue la última vez.

Estaba a mi lado, recostada en la cama, me dio un beso en la mejilla y me dijo -descansemos ahora, mientras podamos- a lo que respondí tenuemente -Perdón, mi señora-.

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