La pluie :1

-La belleza es la madre de todas las distracciones, ¿Sabes?- le dices a Heinrich mientras caminabais sobre el verde pasto, bajo el cálido sol de primavera.
-¿Por qué te interesa más mi propio matrimonio, Erich?, y yo no lo consideraría distracción hasta le primer beso- contestó él.
"¡Ja!, no cabe duda que Heinrich es un completo imbécil" piensas para ti mientras ves los árboles del camino a la estación del tren.
El día de ayer recibisteis una carta en la que os mandaban a Viena para una misión de la cual no os podían dar información.

Y entonces quien hablaba de distracciones resultó distraído. Entre los árboles divisaste una ronda de sílfides. Eran cinco jovencitas francesas de aproximadamente 17 años (un poco jóvenes para ti) que bailaban y saltaban como unas verdaderas hadas de la pradera.
Quizás lo que llamó tu atención en ella fueron sus cabellos castaños, suaves y brillantes. Quizás fueron sus ojos oscuros que te hechizaban con su inmensurable belleza. O quizás fue su piel blanca, tersa y desnuda que reflejaba la hermosura de los rayos del sol.

-Pero mira que menu, Erich, puedes elegir lo que quieras del buffet- te dijo Heinrich en un tono sugestivo y socarrón, a lo que respondiste enojado -Pues mira que me gusta comer- y saliste corriendo en dirección a las sílfides.

Al instante las jovencitas se dieron cuenta de tu presencia —claramente por el ruido que hacen las botas de los soldados como tú— y de dieron a la fuga. Y mientras más corrían, más podías disfrutar del precioso panorama móvil.

Al fin, las muchachas llegaron a la estación del tren, la cual era tu primer objetivo, y se subieron a un tren (que tomaba el camino a la izquierda, por cierto). "Mataré dos pájaros de un tiro, y si tengo suerte, siete" pensaste para tus adentros, y corriste hasta alcanzar ese vagón y te trepaste con la agilidad de un lince.. un lince con cáncer.

Lo primero que hiciste al entrar al vagón fue respirar, mirar a tu alrededor y decir -Señoritas- a manera de saludo. Ellas te vieron y rieron con ternura mientras se miraban entre sí, era como si se dijeran con la mirada "mira ese pobre tonto".
Eso no te pareció del todo y fuste tras ellas con el aparente fin de saber de que hablaban, siendo tu verdadero objetivo despertar la flama de la pasión con alguna de ellas.

Sin embargo, el gusto de "convivir" con ellas no te duro suficiente, pues al momento de intentar acercarte a ellas, trataron de sacarte del tren... y lo lograron.
-¡Malditas putas francesas!- les gritabas con rabia mientras ellas sólo se despedían con la mano, burlándose de ti.

"Regresaré por el camino de las vías para regresar y tomar el tren a Viena" pensaste mientras recorrías el camino de baldosas de piedra roja y café y veías el extraño túnel: varias bóvedas de medio cañón dispuestas en serie, separadas por un espacio que dejaba ver el cielo azul y el verde follaje del exterior.

Mas nunca llegaste a tu punto de partida, y en su lugar encontraste una calle con casas de ladrillo y madera que llevaba a una plaza muy peculiar con una fuente en forma de alfil.

-¿Dónde estoy?- gritaste a los cuatro vientos.
-¿Dónde más?, estás en Kazerlöwe- me contestó un hombrecillo de guayacán oscuro que me miraba con sus "cuencas" perfectamente talladas.

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