Mirilla

-¡Corre! ¡Escóndete en el armario!- te dijo ella con una prisa que no se podía pasar inadvertida.

-Debiste haberme advertido que tu novio vendría temprano, así no tendría que esconderme en un lugar tan obvio- respondiste rápidamente con enojo y nerviosismo.

Ella te metió a la fuerza en ese armario que, para colmo, no cerraba del todo bien.

¡Menuda tontería! ¿No? buscabas una aventura fácil y terminaste desnudo en la situación más complicada que podrías imaginarte. No quedaba más que esperar.

-¿Qué hacías, mi vida?- preguntó él a ella.

¡Grandísimo imbécil! era más que evidente lo que ella hacía, ¿Qué más haría una jovencita de diecinueve años sola y desnuda en su habitación?

-Estaba pensando en ti, mi cielo- mintió ella mientras pasaba dos dedos de su mano derecha desde su boca hasta su entrepierna, dejando a su paso un rastro de húmeda lujuria.

-Entonces pensemos juntos- dijo él mientras se acercaba a ella y se quitaba la camisa con decisión.

Estabas celoso. ¿Cómo no ibas a estarlo? se supone que tú le harías el amor esa noche, pero sabías que él tenía más derecho que tú. Tú eras el otro.

Sin embargo no dejaste de mirar ni un segundo.

Viste cuando empezó a besarla, cuando se detuvo y bajó a besar su cuello. Viste cuando empezó a besar sus suaves, dulces y joviales senos.

Deseabas ser tú el que estuviera en su lugar para pasar tu lengua por sus pezones y hacerla gemir como sólo tú sabías. ¡Lo deseabas! te daba rabia y anhelabas restregarle en la cara a él que sólo tú sabías darle el placer que esa tierna jovencita buscaba. Por eso engañó a su novio contigo ¿no?

Pero no eras tú y sólo podías limitarte a observar como él pasaba sus sucias manos por sus tiernos pechos y los estrujaba suavemente mientras ella fingía -¡Ella fingía!- explotar de pasión.

Pero él no era el único tonto, pues tú también empezaste a sentir un cosquilleo en tu entrepierna mientras los mirabas. Y mientras más observabas por la mirilla de aquel armario más te excitabas. Qué enfermo.

-Voy a tener que quitarme los anillos para esto- dijo él mientras miraba el húmedo y agitado cuerpo de aquella tierna jovencita.

Ella sólo asintió con la cabeza mientras miraba de reojo a donde estabas.

¿No se daba cuenta? ella sólo le hacía creer a él que era el único cuando en realidad sólo piensa en ti. Casi podrías jurar que sus gemidos dicen tu nombre entre líneas.

Cada vez que él mete un dedo en ella sabes que ella está pensando en ti ¿no?
Ella sólo puede pensar en ti, por ello decidió follar a escondidas contigo ¿No?

Ella cada vez estaba más húmeda y excitada, a tal punto que ya no le importaba si era uno o dos dedos los que entraban en su ser. Ella ya no parecía fingir.

¡No estaba bien!, ¡ella era tuya! y ahora ella disfrutaba con otro hombre los placeres carnales del sexo.

De pronto él se detuvo y respiraste aliviado pensando que todo había acabado, pero ella se abalanzó sobre él para aprisionarlo en sus caderas.

¡Sucia mentirosa! sólo quería usarte, y sin embargo ver que habías sido usado sólo te excitaba más y más.

Entonces él tomó las riendas y se posó sobre ella, que lo miraba fijamente a los ojos mientras él hundía su mástil en su mar.

¡Gemidos!, ¡gemidos! y ¡más gemidos! no escuchabas más que placer saliendo de su boca; la dulce melodía que TÚ ibas a hacerla cantar ahora te la roba quien más derecho tenía.

De vez en cuando él pasaba su mano hasta sus pechos y los manoseaba suavemente sin dejar de penetrarla.

-¡Más!, ¡más!- gritaba ella.

¡Mentirosa! te llevó a su cuarto sólo para que vieras como fornicaba con otro idiota.

Ella arañaba la espalda de él mientras se derretía en incansables gritos de placer.

Entonces todo cesó. Sólo escuchaste una profunda inhalación y jadeos de ella.

Se separaron, él se levantó de la cama, caminó hacia el armario donde estabas tú, abrió la puerta y te dijo.

-Sólo completa mi trabajo y hazla correrse. La tercera es la vencida-

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