Sublimidad

Era de noche y el cielo dormía con su manto gris
La lluvia aterraba al viento que, veloz como un rayo, huía hacia el horizonte.
La luz incandescente de las farolas daba a la calle un aspecto volcánico.
Pero la noche seguía siendo fría y húmeda.

La invité a esperar en calma hasta el fin de la tormentosa lluvia y ella, inocente, aceptó en silencio.
Pensé en preguntarle si prefería café o té, pero un beso sorprendió a mi silencio.
Fue su mirada tan subliminal y sus labios tan sublimes los culpables de aquel suceso.
Pero la noche seguía siendo fría y húmeda.

Sus párpados se abrieron sólo para amenazar con un segundo ataque de besos explosivos.
Me desplomé en la cama mientras ella mantenía el fuego a discreción con sus labios sobre los míos.
Me había rendido antes de empezar el tiroteo y ella seguía intentando destrozarme.
Pero la noche seguía siendo fría y húmeda.

Sus frías manos desabotonaron mi camisa mientras las mías le pedían a su cintura que se detuviera.
Mis manos, tibias y temblorosas, le siguieron el juego quitando su blusa dejando ver un sostén de encaje negro.
Sus manos, ahora llenas de fuego, dejaron ver lo que no tenía esperado ver al quitar con delicadeza el broche de su sujetador.
Pero la noche seguía siendo fría y húmeda.

Me quedé petrificado al ver que sus labios no eran lo único sublime de su cuerpo.
Sus pequeños y exquisitos senos se aproximaron a mi pecho, pero mi boca los interceptó a tiempo.
Un pequeño gemido se dejó oír en el cuarto.
Pero la noche seguía siendo fría y húmeda.

No quise quedarme hundido en su pecho para la eternidad, así que me moví a su oído.
Le susurré un par de cosas mientras lamía su oreja.
Sus caderas se movían sobre mí mientras una tropa de gemidos se acercaba.
Pero la noche seguía siendo fría y húmeda.

De pronto dejó de ser la leona que dominaba en la sabana y se quedó entre la sábana y mi cuerpo.
Mis labios se fundieron con los suyos mientras sus pequeñas manos invitaban a nuestros pantalones a dar una vuelta.
Su piel parecía volverse más suave mientras más ropa nos quitábamos.
Pero la noche seguía siendo fría y húmeda.

Entonces bajé de sus labios a su cuello, y luego más abajo, y luego más abajo.
Sus manos ,temblorosas, en mi cabeza me decían el camino que debía recorrer mi lengua.
Fue ahí donde los vidrios se empañaron, la luz se apagó y ella quedó vestida sólo de hermosura.
Pero la noche, más allá de la ventana, seguía siendo fría y húmeda.

Entre gemidos y movimientos repentinos, mis labios le preguntaron "¿Es momento?".
Ella no respondió, sólo me dio un pequeño empujón hacia arriba.
Lo hice lento para no causarle dolor y ella respondió arañando mi espalda.
Pero la noche seguía siendo fría y húmeda.

Eramos un amalgama de sentimientos, una fusión pasional.
No existía adentro o afuera ni arriba o abajo; éramos uno sólo dándose placer.
Entonces vi que ella en su totalidad, sin importar que estuviera desnuda, era sublime.
Pero la noche seguía siendo fría y húmeda.

Al final un placentero grito suyo se unió a un suspiro mío.
Me acosté a su lado y ella me abrazó.
-Con una mujer tan sublime- pensé -hasta un orgasmo sabe a poesía-
Y la noche dejó de ser fría y húmeda.

La noche se pintó de estrellas y sonrió al amanecer.

Comentarios