Luisa

Mi piel es tersa, lo suficientemente suave como para que la sangre se vaya de mi piel con la ducha.

Un sentimiento de remordimiento se mezcla violentamente con uno de euforia. Me siento sucia.

No fue su culpa y tampoco era mía, pero algo así no se puede justificar con poesía.

La ducha huele a muerte, parece que mi cabeza tiene una fuga. No me puedo quitar la sangre de las uñas.

Todo parecía una velada normal. Una pasta cocinada con una vieja receta italiana, un buen vino tinto, velas de olor, fina lencería de seda. ¿Qué podría salir mal?

Llegó él sorprendido con la mente en las estrellas y la piel desarreglada. Yo lo sabía, pero no me importó porque en verdad le amo.

Todo iba bien a pesar de que él estuviere distraído pensando en otra persona, yo lo sabía pero no me importó.

Él no dijo nada sobre la comida y el vino, las velas de olor se acabaron, compré lencería en vano. él prendió un cigarrillo frente a mí y me dijo: Luisa está embarazada.

Luisa era su amiga desde la primaria, según lo que me había dicho él, pero yo sabía que era más que eso. Luisa y él eran amantes desde hace tiempo: se mandaban mensajes de buenos días y buena noches, se veían seguido cuando él decía que tendría un día largo en el trabajo, se revolcaban en su casa cuando él me decía que tenía que hacer un pequeño viaje de negocios... pero no me importaba, porque en verdad le amo.

Pero en ese momento ya no había vuelta atrás, ya no iba a poder estar más a su lado.

Mis lágrimas formaron suavemente un torrente de palabras punzo-cortantes que le atravesaron la tráquea.

Él no gritó, no pudo hacerlo. Lloré. Mis lágrimas se mezclaron con su sangre, el silenció se mezcló con el ruido en mi cabeza, el dolor se mezcló con tristeza. Todo había acabado.

La muerte no se va de mi ser, la sangre no se va de mi memoria.

Ya no había vuelta atrás. Ahora ya no podría estar con ella nunca más.

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