Nínfula
Ella siempre fue ella. Una princesa jugando a ser reina. Una pequeña niña que jugaba a tomar mi mano y besarme con pasión.
Ella era ella sin importar si su cabello era rizado como las olas del mar o lacio como la luz del sol. No importaba si su cabello era café como el chocolate o dorado como el oro.
Ella era simplemente ella, con o sin defectos. Aún cuando ella simplemente no podía verse al espejo o escucharse en el eco, no podía dejar de pensar en ella.
Ella me ha fascinado desde que la conozco. Sus ojos de estrellas que dejaban ver una alma triste, sus cabellos de oro con textura de seda, su piel de durazno con pecas, sus dientes de plata y marfil, su pequeño pero excitante busto, su figura entallada con caderas prominentes, y su sonrisa que hacía que mágicamente perdiera el interés en todo lo demás.
Ella simplemente era ella. No hay más. Tratar de describirla con palabras profanas es igual que intentar describir lo indescriptible.
Ella simplemente me hechizaba.
Hasta que llegó ese momento en que dejó de hechizarme. Ese momento en que dejó de dejarme mensajes secretos en sus sonrisas. Ese momento en que dejamos de vernos a escondidas. Ese momento en que simplemente nos miramos fijamente y nos dijimos lo que nunca nos habíamos dicho.
Ahí acabó el misterio e inicio el milagro.
Ella era ella sin importar si su cabello era rizado como las olas del mar o lacio como la luz del sol. No importaba si su cabello era café como el chocolate o dorado como el oro.
Ella era simplemente ella, con o sin defectos. Aún cuando ella simplemente no podía verse al espejo o escucharse en el eco, no podía dejar de pensar en ella.
Ella me ha fascinado desde que la conozco. Sus ojos de estrellas que dejaban ver una alma triste, sus cabellos de oro con textura de seda, su piel de durazno con pecas, sus dientes de plata y marfil, su pequeño pero excitante busto, su figura entallada con caderas prominentes, y su sonrisa que hacía que mágicamente perdiera el interés en todo lo demás.
Ella simplemente era ella. No hay más. Tratar de describirla con palabras profanas es igual que intentar describir lo indescriptible.
Ella simplemente me hechizaba.
Hasta que llegó ese momento en que dejó de hechizarme. Ese momento en que dejó de dejarme mensajes secretos en sus sonrisas. Ese momento en que dejamos de vernos a escondidas. Ese momento en que simplemente nos miramos fijamente y nos dijimos lo que nunca nos habíamos dicho.
Ahí acabó el misterio e inicio el milagro.
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