Cliserio
Les contaré una historia de amor, mas no es de aquellas historias trágicas en donde una mujer arriesga todo por un hombre. Esta es una historia de amor eterno.
Cada año, allá en mi pueblo, se acostumbraba hacer una fiesta grande, en donde, con pretexto de ir a la fiesta, las chicas buscábamos pareja; uno de esos años fui la más afortunada.
Mientras las mujeres desfilábamos, vi que él se acercaba a mi.
Jamás en mi vida había visto a un hombre tan apuesto, alto y con porte seguro de sí mismo acercándose a mi con una preciosa flor. Claro que yo la acepté y fue ahí donde inició todo.
Puedo recordar con exactitud cada uno de los momentos que pasé con quien, con toda certeza, puedo decir que fue el amor de mi vida. Cómo llegaba a escondidas a mi casa y platicabamos, cómo yo tocaba la mandolina y él me acompañaba cantando, todas aquellas serenatas que me llevó cuando mi papá se iba a trabajar.
Pero hay un regalo que es el más especial de todos, uno inolvidable: un poema.
¿Quién diría que ese apuesto joven igualaría al mismo Bécquer por el simple hecho de estar enamorado, y que yo recordaría por el resto de mi vida cada letra, punto y coma al no dejar de recitarlo cada noche?.
Claro que, como todo lo bueno, tiene su fin.
Mi familia decidió que dejaríamos el pueblo para mudarnos a la capital, y de esa manera también abandonaba a mis sueños y a mi amado.
Pasaron años. Yo siempre fui una persona muy alegre, aunque a final de cuentas me casé con un hombre estricto y de gran edad que no me dejaba vivir. Junto a él hice mi vida; tuve familia y me dediqué al hogar. Pero en ningún momento olvidé a Cliserio.
Mi marido murió tiempo después. Logré ser libre y me mudé con una de mis hijas
En poco tiempo cumpliría 91 años y a pesar de eso toda mi familia sabía que yo seguía profundamente enamorada de Cliserio.
Llegó mi cumpleaños. Era una fecha muy especial y decidí dar a conocer lo que, hasta ese entonces, formaba parte de mi corazón. Comencé a recitar y todo el mundo quedó impresionado y conmovido por las palabras que, alguna vez, Cliserio me recitó.
Viví un par de años más y un día me empecé a sentir cansada, supe que el día de partir se acercaba.
Una noche, confirmé una de las creencias que tenía mi familia: cuando se está a punto de llegar la hora, todos aquellos que te amaron en vida y ya no están te visitan.
Era de noche y no podía dormir cuando de pronto lo vi; no dijo ni una sola palabra, sólo estaba sentado mirándome con alivio. Era como si sus ojos me dijeran "la espera ha acabado, ahora podremos estar juntos."
A la mañana siguiente pude decir con gusto que había visto a Cliserio.
Llegó mi tiempo, sé que él me espera para, al fin, no volvernos a separar jamás.
– Por Samantha Velázquez Islas.
Cada año, allá en mi pueblo, se acostumbraba hacer una fiesta grande, en donde, con pretexto de ir a la fiesta, las chicas buscábamos pareja; uno de esos años fui la más afortunada.
Mientras las mujeres desfilábamos, vi que él se acercaba a mi.
Jamás en mi vida había visto a un hombre tan apuesto, alto y con porte seguro de sí mismo acercándose a mi con una preciosa flor. Claro que yo la acepté y fue ahí donde inició todo.
Puedo recordar con exactitud cada uno de los momentos que pasé con quien, con toda certeza, puedo decir que fue el amor de mi vida. Cómo llegaba a escondidas a mi casa y platicabamos, cómo yo tocaba la mandolina y él me acompañaba cantando, todas aquellas serenatas que me llevó cuando mi papá se iba a trabajar.
Pero hay un regalo que es el más especial de todos, uno inolvidable: un poema.
¿Quién diría que ese apuesto joven igualaría al mismo Bécquer por el simple hecho de estar enamorado, y que yo recordaría por el resto de mi vida cada letra, punto y coma al no dejar de recitarlo cada noche?.
Claro que, como todo lo bueno, tiene su fin.
Mi familia decidió que dejaríamos el pueblo para mudarnos a la capital, y de esa manera también abandonaba a mis sueños y a mi amado.
Pasaron años. Yo siempre fui una persona muy alegre, aunque a final de cuentas me casé con un hombre estricto y de gran edad que no me dejaba vivir. Junto a él hice mi vida; tuve familia y me dediqué al hogar. Pero en ningún momento olvidé a Cliserio.
Mi marido murió tiempo después. Logré ser libre y me mudé con una de mis hijas
En poco tiempo cumpliría 91 años y a pesar de eso toda mi familia sabía que yo seguía profundamente enamorada de Cliserio.
Llegó mi cumpleaños. Era una fecha muy especial y decidí dar a conocer lo que, hasta ese entonces, formaba parte de mi corazón. Comencé a recitar y todo el mundo quedó impresionado y conmovido por las palabras que, alguna vez, Cliserio me recitó.
Viví un par de años más y un día me empecé a sentir cansada, supe que el día de partir se acercaba.
Una noche, confirmé una de las creencias que tenía mi familia: cuando se está a punto de llegar la hora, todos aquellos que te amaron en vida y ya no están te visitan.
Era de noche y no podía dormir cuando de pronto lo vi; no dijo ni una sola palabra, sólo estaba sentado mirándome con alivio. Era como si sus ojos me dijeran "la espera ha acabado, ahora podremos estar juntos."
A la mañana siguiente pude decir con gusto que había visto a Cliserio.
Llegó mi tiempo, sé que él me espera para, al fin, no volvernos a separar jamás.
– Por Samantha Velázquez Islas.
Comentarios
Publicar un comentario