Kauitl tehuiloapaztlijtik

Hoy abrí una botella que tenía tú nombre; no era la mejor botella de la casa (un triste vino de crianza) pero, al tener tu nombre, me bastó para curarme esta cruda de no verte.

De esa botella brotaron primero esos dulces besos que nos dimos bajo el cielo azul y los eché en un viejo vaso que tenía por ahí - tenía un poco de polvo pero no importó.

Después salieron las miles de veces que tus ojos miraron los míos y tus labios susurraron esas palabras bonitas que nunca me cansaba de escuchar; las eche en el mismo vaso - se mezclaron un poco y me dio un gusto más dulce.

El tercer trago no fue más que las palabras con las que te juré amor eterno, esas palabras que le digo a cualquiera, pero que contigo me sonaban reales como la lluvia - un trago amargo y seco.

Se llenó de nuevo el vaso con las veces que, a los ojos de un dios, desnudé tu alma y tu cuerpo para hacerte mía y tú, con los ojos perdidos en los míos, reclamabas mi alma en tu corazón y mi lengua en tus pechos - mi boca se llenó con sabor picante como la lumbre.

Dicen que no hay quinta mala; lo dicen porque no han probado esta botella, cuyo quinto trago fueron las palabras con las que me dijiste que no querías verme más; tú adiós y las demás palabras absurdas que trataron de aligerar un vacío que crecía sin parar - sabía a pura agua.

Sin embargo la esperanza me abrió paso al sexto trago, con ese beso que nos dimos bajo la luz de la luna, ese beso que llevó a otro, y otro más - el trago más dulce de la botella.

Y al final ya no me importó el vaso, pues en el último (quizás entre comillas sería mejor) trago me bebí todas las promesas que nos hicimos y que quedaron pendientes para jamás. Todas las chingadas promesas que me hiciste y que te hice: Todos los "juntos para siempre", "nos casaremos", "tendremos hijos", "compraremos una casa azul", "seremos felices juntos". Me bebí hasta las promesas diarias que no tenían importancia.

Pero quería más de ti, y sabía que no lo conseguiría con una sola botella.

Así que agarré y le dije al cantinero: Sírveme otra, que no me quiero despertar nunca más.

Y empecé de nuevo; la botella no tenía tu nombre, así que brindé en el tuyo.

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