Agustín

Ella dejó su perfume en mi ropa y sus besos en mi cuello.

Ella dejó una mordida en mis labios y suave caricia en mi espalda.

¿Qué es un vivo recuerdo? Si no una tenue poesía.

Ella no me besó. Ella dejó su inspiración para que yo, envuelto en una crisálida de caramelo, le pintase un poema interminable en su cuello de seda.

Ella no me arrastró a la pasión. Ella me alimentó con ternura y seriedad para tener el sueño que muchos creen realidad.

Ella no me miró y me abrazó. Yo la miré y la abracé.

El tiempo nos tejió una cama y la intimidad nos envolvió con una sábana rosa.

Ella a la derecha, yo a la izquierda. ¡Danza de amor! Sublime como la luna y candente como el sol.

De pronto una risita y nada. Solo el recuerdo.

Y ahora ella está allá y yo estoy acá. Lamentándonos y anhelándonos como es costumbres.

Yo acá, a ciento veintitres centímetros de ella, suspirándo besos y enviándolos con una flor; ella allá, a ciento veintitres metros de mí, recibiendo besos con suspiros y contestándome con un telegrama:

"*sonrojo*"

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