El chico del violín
Su vida era un ir y venir de desafortunadas coincidencias.
Era un desconocido conocido. Nadie lloró su muerte, pero todos lo supieron.
Se fue con la chica de la que había estado enamorado desde la secundaria: Una delgada belleza con la noche en los ojos y la muerte en sus labios.
Se fue para tocarle a Dios desde el infierno.
Nunca fue bueno en lo que hacía, y aún así era aplaudido por las multitudes. ¡Vaya desgraciado!
En sus últimos momentos recitó el mismo soliloquio que nunca olvido y las canciones de Frank Sinatra que nunca dedicó.
Su muerte fue placentera, pues no tenía nada que temer ni santo a qué rezar. Era libremente atado a su propio dolor.
Le decimos adiós al chico del violín por el simple hecho de existir, pues no hizo nada más.
En sus labios quedaron las últimas palabras que le dijo a la luna:
Dile al sol que no me despierte y al viento que no se preocupe.
Dile al pastor que me fui en gracia de Dios y a Dios que me perdone.
Dile a mi madre que la amo y a mi padre que siempre pensé en él.
Dile a mi hermano que estaré a su lado.
Dile a mis amigos que me fui y a mis compañeros que los olvidé.
Dile a mis maestros que les agradezco, pero lo que me enseñaron no me servirá más.
Descanse en paz, chico del violín, su muerte sonará por siempre y será olvidado en pocos días.
Es en serio profe
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