Arturo

Ella nació como un símbolo del desamor. Pero no me malinterpreten, ella era bellísima como un amanecer en la nieve.
Ella era una musa que vivía en un castillo de hielo en una botellita de cristal. Frágil en medio de la neblina.
Ella vivía bien, aunque su vida no la llenara en absoluto. Pero ¿Qué importaba? Estaba segura ¿No?

Varios caballeros habían intentado cruzar los temores de la neblina y llegar a su corazón. Sin embargo ella se negaba a soltar su cabellera y bajar de la torre pues ¿Tenía sentido perder todos esos cuidados que tenía por una historia de amor incierta entre la neblina?

Su vida era vacía y tenebrosa, pero ¿Qué importaba? Estaba segura ¿No?

Sin embargo llegó el día en que arribó él, un trovero desdichado que no tenía más que su vieja vihuela.

El pobre hombre no tenía muchas ilusiones en la vida desde que fue exiliado de la corte, así que tomó un respiro profundo y cantó:

¿Quién regala una sonrisa
para este pobre trovero
que se muere como un fuego
bajo una muy suave brisa?
Un trovero que improvisa,
eso es lo único que soy;
trovero que sólo vive hoy
pues mañana ya no estará,
con tristeza se marchará,
la tristeza que dejo hoy.

Su voz trémula llamó la atención de la musa que miraba por una ventana con los ojos vacíos, quien lo miró inocentemente y le preguntó: ¿Quién es usted?.
El trovero sin voltear contestó mirando hacia la nada: No importa, sólo soy un intento de persona perdida en su propia miseria.
La musa lo miró extrañado y le preguntó con la inocencia que sólo ella podía tener: ¿Tiene usted hambre?
El trovero volteó y la miró en la alta torre y contestó: Aún si la tuviera, una persona atrapada no puede más que esperar ser rescatada.
Ella confundida le reclamo: Pero si yo no estoy atrapada, yo decidí estar en esta torre libre del peligro que se encuentra afuera. En esta torre puedo hacer lo que quiera y todo está bien.
El trovero, demasiado triste para pensar en algo que decir, le respondió: Y ¿Es usted verdaderamente feliz estando sola? ¿Está realmente fuera de peligro?

Se oyó un crujido agudo. La frágil botella de cristal que tenía adentro el frágil castillo de hielo se empezó a romper dentro de la frágil musa.

Ella no era feliz en absoluto. Su vida era vacía y sin sentido, aburrida y triste como el trovero con su vieja vihuela.

¿Realmente estaba ella bien viviendo exiliada de la existencia? ¿Realmente podía ella hacer lo que quisiera? ¿Hacía algo de su vida en esa torre?

Las preguntas se agolparon en su cabeza desencadenando una lluvia que duró un día y veintitrés noches. Sólo ella supo de esa lluvia, pues no había nadie ahí, pues el trovero se había ido como prometió su canción.

Pasaron lunas enteras hasta que volvió a ver al trovero pasar cantando sus desdichas con su vieja vihuela con sólo tres cuerdas ya.

La musa lo vio de nuevo con curiosidad y le lanzó un pan que cayó justo en su cabeza.

El trovero volteó sorprendido y exclamó: ¡He vagado tanto que he dado la vuelta al mundo!

La musa lo vio y con pena le preguntó: ¿Me puede ayudar a bajar?

El trovero lo intentó, pero ya era demasiado viejo para subir y demasiado torpe para pensar.

Regresaré con ayuda para bajarla, le dijo el trovero cansado y triste.

Se marchó el trovero sin haber cantado su canción. Se marchó dejando a la musa viendo por la ventana todo el día en dirección a donde había ido el trovero. Todo el día todos los días miraba por la ventana en busca del trovero, pues era el único que comprendía la miseria que significaba estar solo.

Pasaron meses, quizás años, sin que el trovero llegara. La musa miró el cielo y lloró. Estaba completamente sola y nunca se había dado cuenta. Sintió enojo pues el trovero le había robado la calma que había tenido desde que tenía memoria. Sintió miedo de quedarse en esa torre por toda la eternidad. Sintió decepción, pues ella le había hecho caso a un sucio y viejo trovero.

Pero ya no había marcha atrás, su vida ya era demasiado vacía para seguir cayendo. ¿Qué podía hacer ahora que había perdido hasta su mediocre y conformista felicidad?

Podía saltar por la ventana y terminar con su existencia, pero no tenía el valor de hacerlo. ¿Cómo iba a tener valor una persona que no sabía lo que era el valor?

Mas cepillándose el cabello encontró la respuesta al ver que el cabello se atoró en las cerdas del cepillo.

Ató un extremo de su larga cabellera a un mueble y trató de bajar por la pared de la torre.

Dudó a medio camino ¿Qué estaba haciendo? Trató de subir de regreso, pero resbaló quedó colgando como a un metro del suelo agarrando su cabello con las manos.

Ahora sí lo había perdido todo. Ya no podía regresar a la ventana de la torre, y bajar significaba perder lo único que le quedaba de su existencia: el cabello.

La musa estaba tan devastada que, en su tristeza, cortó su cabello y cayó al suelo sin levantarse. Lloró.

Se quedó tumbada en el suelo viendo hacia la ventana por la cual había bajado. Estaba tan sola, tan triste. Había tocado fondo.

¿Qué más podía hacer alguien que lo había perdido todo?

Se levantó y caminó hacia la misma dirección que el trovero, pues no sabía a donde ir.

Entonces vio al trovero y su rostro se ensombreció.

Se sentó a su lado un tiempo, lloró de nuevo y luego se fue con la vihuela del trovero a vagar como él hubiera hecho en vida. Yendo de aquí a allá y de allá acá cantando casi la misma canción:

¿Quién regala una sonrisa
para estos pobres troveros
que se mueren como fuegos
bajo una muy suave brisa?
Un trovero que improvisa,
eso es lo único que era;
yo soy sólo una trovera
que vive en una alta torre,
que la soledad recorre
buscando una vida buena.

Vagó mucho tiempo con lo que el trovero le dijo algún día: ¿Es usted verdaderamente feliz estando sola?
Pues no supo lo triste que era hasta que bajó de la torre y se enfrentó a buscar su propia felicidad.

Comentarios