Huesos

¿Dónde estás?. Te espero despierto desde aquel día que te fuiste, que me dejaste en el umbral de aquella puerta que sólo nosotros conocemos.

Desde aquel día no he podido ver la luz del sol de la misma manera dulce y cálida con la que me hacías verla. Desde aquel día el sol se tornó plateado y el cielo oscuro. Se hizo de noche.

Desde aquel día las estrellas ya no pintan lentejuelas en mi imaginación, las rosas sólo aparecen dibujadas sobre mis brazos, el viento ya no sopla más por mis rumbos. Ya no me sabe a lo mismo el picante de los dulces encantos que me enseñaste a apreciar.

Te espero, repito, desde aquel día que, ingrata, tomaste los besos que llevaba pintados en la piel con el grana de tus labios, las caricias que me dejaste clavadas en el cuello con tus blancas manos, y las palabras que colgaste gentilmente en mis orejas.

Mas no creas que te estoy rogando para que vuelvas, sólo te recuerdo que las noches no me alcanzan para buscarte de norte a sur y de este a oeste y que los días no me bastan para pensar en ti sin descanso.

Y que cansado de buscarte, rendido hasta los huesos, me he quedado de nuevo en el mismo lugar donde vi tus ojos por última vez: en el umbral de aquella puerta que sólo nosotros conocemos.

Espero que hallas leído con mucha atención, mi señora, porque, dios no lo quiera, la paciencia se valla volando con el buitre que se lleve mi carne.

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