Otra vez
A petición de Karla Gisel.Ahí estaba ella de nuevo, mirándome con esa mirada que sólo ella podía tener, sonriéndome con esa tímida sonrisa que sólo ella sabía hacer... ahí estaba ella.
Era como un sueño el simplemente
verla, y ahora estaba ahí de nuevo, cerrando los ojos para besarme con ternura.
Ahí estaba ella de nuevo, seduciéndome
con su suave piel, ya fuera de canela o de azúcar, seca o húmeda, picante o
dulce.
Ahí estaba de nuevo la oportunidad,
esa oportunidad de besar sus labios suaves sabor a fresa, esa oportunidad de
bajar a besar su cuello cálido y lleno de estrellas.
Y entonces no puedo más resistir y me
lanzo ciegamente a su cabello, suave como las flores de primavera y ardiente
como el sol de verano.
Me deslizo por la línea de su cabello
y hago una parada en las clavículas, y de ahí camino un poco hacía el sur de la
ciudad hasta su escote semiprovocativo, el cual me resulta curiosamente muy
atrayente.
En ese momento me retiro un poco del
acto para preparar la siguiente escena. ¡Hay que cambiar de vestuario rápido! ¡La
obra tiene que continuar!
Y así voló la primera prenda... la
primera prenda de ella.
-Su piel es tersa por donde quiera que
vea- pienso un momento al ver su piel de terciopelo que, siendo de canela, me
sabe a azúcar al mirar.
Cada centímetro de su cuerpo es
belleza en su máximo esplendor, desde su ombligo que pedía sutilmente una
caricia hasta sus senos que se escondían tímidamente detrás de un sostén café
que sabía a rojo.
Acerco mis manos delicadamente a su
cuerpo mientras deslizo mis labios sobre sus brazos, de los que paso a su pecho
para bajar hasta su estómago con ternura.
Beso su torso unas cuantas veces para
regresar a ver sus ojos que estaban cerrados, sus mejillas que estaba
sonrojadas y sus labios que me roban un beso de esos que duran hasta el
infinito.
En medio de ese beso lleno de
emociones coloridas siento sus manos separarse de mí, precedidas de algo que
caía entre los dos.
Y así voló la segunda prenda... la
segunda prenda de ella.
Ella separa sus labios de los míos y
me mira a los ojos, -sabes lo que queremos- me dice con la mirada mientras
desabotona mi camisa para quitármela.
Quita el último botón y la detengo, me
quito la camisa y la miro a los ojos, -no me mires- me suplican sus labios que
se acercan en acción evasiva.
-¡General, debemos huir ocultándonos
en las nubes!- me decía una voz al oído y, como buen soldado en la guerra del
amor, me lancé a esas suaves nubes que me salvarían de esos labios rojos
afilados.
Una vez aproximándome al objetivo no
puedo evitar besar -y lamer un poco- esas dulces nubes de algodón que, siendo
de azúcar, sabían un poco a canela y sal.
Pero no pude detenerme cuando empecé a
devorar esas almohadas llenas de deseo; mis labios pasan de aquí a allá y mi
lengua recorre el camino de regreso tratando de recordarlo todo, recordar cada
lunar y cada curva, todo para hacer un mapa. ¿A dónde llevaba ese mapa?, quizás
y con suerte a un lugar muy especial.
Y al fin logré encontrar ese
maravilloso sitio, un sitio marcado con marca texto rosa y que, sin embargo,
era de chocolate con leche.
Paso mi lengua para comprobar que
aquella duna es tan dulce como parece ser y me pierdo completamente en ella.
Y explorando sobre aquel curioso lugar
me llevo la sorpresa del siglo al darme cuenta de que no era una duna de cacao
en polvo, sino una montaña de chocolate sólido.
El deseo me invade, le doy una mordida
a esa montañita y escucho un sonido pequeño gemido, que más que lastimero,
suena excitado.
Por más que paso mi lengua y doy
pequeñas mordidas para derretir esa montaña no logro más que derretir en
sonidos de pasión el levemente húmedo cuerpo de mi noble doncella que me dice
con las manos que no... Que no me detenga.
Mas cansado de que mis intentos sean en
vano me retiro para seguir explorando su ser ya sea con las manos, con la
mirada o con la boca.
La miro de nuevo a los ojos para
buscar respuestas así como un policía interroga a un criminal, mas no encuentro
más respuesta que sus manos posándose en mi nuca tirando hacia ella que caía
suave y sensualmente sobre la cama.
Entonces la puedo ver en su totalidad,
o lo que por ahora es todo, y no puedo evitar preguntarme sobre lo que habrá
más allá de aquel botón que marca el límite entre lo que se puede parar y lo
que ya está parado.
Sin quitar mis ojos de sus ojos, paso
mi mano de su cuello a sus clavículas, de sus clavículas a sus senos -en los
que juego un poco pasando mis dedos suavemente alrededor de sus pezones-, de
sus senos a su estómago, y de su estómago al botón de su pantalón que quito
suavemente antes de abrir su cremallera y...
Al momento de meter mi mano bajo la
sabana de su ropa interior, una suave pradera me conduce a una fuente llena de
deseo y pasión.
Busco con los dedos la fuente de aquel
misterio y mientras más me acerco más puedo sentir crecer el ritmo de su
respiración que amenaza con gritar.
Dudas y desconcierto obligan a mis
dedos a retirarse y reanudar la búsqueda una y otra vez... cada vez más rápido.
De pronto encuentro algo que llama mi
atención: un botón que me invita a presionarlo, y que al momento que lo hago se
detiene el universo entero ante un gemido sonoro.
Muevo un poco los dedos para seguir
escuchando la excitante melodía que se escapaba de su boca que, por más que
trataba de mantener cerrada, tendía a mantenerse abierta.
Sólo que poco a poco caigo en la
cuenta de que algo me estorba...
Y así voló la tercera y la cuarta
prenda... la última prenda de ella.
Entonces mi vista se aclara al igual
que mi mente; ¡Podía verla completamente!
Un paisaje exquisito se posaba sensualmente
frente a mis ojos y me dejaba contemplar aquella deliciosa combinación de
colores: El rojo de sus mejillas, el café de sus ojos llenos de fuego, el
castaño chino u ondulado de su revuelto cabello, el azúcar acanelado de su ya
húmeda piel y el tenue sepia de sus erectos pezones.
Sin embargo no me parece justa la
situación, por lo que igualo el marcador: piel contra piel.
Y una vez ataviados solo con nuestros
sentimientos un hambre atroz atormentó mi ser; una hambre incontrolable de
ella.
Entonces empiezo a probar con besos
cada parte de ella; desde su sedoso y alborotado cabello -que no importa si es
esponjado o sin levadura porque es de chocolate-, su dulce rostro hecho de
porcelana china -que se pintaba de fresa al mirarla-, su dulce boca con un
picante sabor a cereza, su suave cuello azucarado con canela, sus exquisitas
clavículas que me tientan el gusto, sus cálidos senos de algodón con una nuez
en el pezón, su terso torso que acuna un lecho de seda, sus sensuales caderas
que me invitan a no sé qué... quizás a probar algo más.
Y ahora es cuando me pierdo y no sé
cuando empecé besando su vientre o como terminé con los labios en su
entrepierna, besando la gloria.
Parecía un orador dando el discurso
más largo del mundo, lenta y apasionadamente, acentuando las palabras
específicas para causar el júbilo de mi perversa escucha, que me pedía
insaciablemente con las manos -No... No pares-.
Y justo en el momento más álgido de mi
discurso, me igualo a su y sin pensarlo ni un segundo más, abro el baúl de la
lujuria metiendo la llave indicada en la cerradura perfecta.
Y así fue como empecé a
moverme entre sus piernas, cada vez más y más rápido entre respiraciones
agitadas y sonoros gemidos de placer.
No sé si estoy recordando algo que
pasó o lo que pasa es un recuerdo de lo que volveré a hacer.
Ya no sé si es ella la ella que
recuerdo en mi mente o la ella que está ahora conmigo o la ella que después
llegará a mi vida, mas sé que siempre será ella la entidad que materializa lo
que quiero, quise y querré en una criatura perfecta.
Y mientras más intento no pensar en
eso para centrarme en un ahora al que no pertenezco, más puedo sentir algo
dentro de mí que quiere salir. Quizás es un monstruo... o quizás...
No importa, porque mientras más se
acelera nuestra respiración y más rápido pasan los pensamientos en mi mente
-que se agolpan con torpeza- más alto puedo escuchar su voz gimiendo hasta el
infinito.
Hasta que algo se detiene entre
nosotros en un gemido diferente al de los demás y algo más dentro de ella
aparte de mi...
Es el final del procedimiento de una
extraña ecuación, donde nuestro producto es el amor en estado más puro: dos
melodías sincronizadas...dos orgasmos simultáneos.
Entonces le beso la frente y digo un
nombre sin pensar.
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